viernes, 20 de mayo de 2011

Anibal Troilo, Pichuco. Hace 36 años "dicen" que te fuiste.


"Pichuco" escribió 61 canciones en su larga carrera
A 35 años de la muerte de Aníbal Troilo
"Uno no se muere de golpe, se va muriendo de a poco con cada amigo que desaparece y así llega un momento en que de Pichuco ya no queda nada", dijo una vez Aníbal Troilo.

ASTOR PIAZZOLLA - Suite Troileana 1975

 
ASTOR PIAZZOLLA : SUITE TROILEANA 
1. Bandoneon (8:06)
2. Zita (4:31)
3. Whisky (4:27)
4. Escolaso (4:37)
ASTOR PIAZZOLLA : SUITE LUMIERE 
1. Solitude (4:09)
2. L'Amour (5:07)
3. La Mort (5:51)
4. L'Evasion (4:49)
http://fuerzaprimitiva.blogspot.com

Para Troilo, la muerte coincidió con la fría noche del 18 de mayo de 1975, pero de Pichuco quedó casi todo: ya era una leyenda del bandoneón, del tango y de esa Buenos Aires que amó como pocos.

Había nacido el 11 de julio de 1914, en una casa de la calle Cabrera entre Laprida y Anchorena, a pocas cuadras del Mercado de Abasto.

Su padre, un carnicero que murió cuando él tenía ocho años, le dejó por toda herencia su nombre y un apodo inmortal: Pichuco; su madre, Felisa Bagnolo, fue una "tana" luchadora que tras enviudar salió adelante sola con su hijo. Tuvo también una hermana, a quien no llegó a conocer pues falleció a la edad de seis meses, poco antes del nacimiento de Aníbal.

Pichuco fue un pibe callejero, fanático de River, que jugaba de "centrojás" en un club de barrio y descubrió el bandoneón durante esas correrías infantiles, sonando en los rincones penumbrosos de los bares cercanos.

"El fueye me atraía tanto como una pelota de fútbol", dijo recordando al purrete que fue y a esos dos "juguetes" tan difíciles de gobernar sin talento. Deslumbrado por el instrumento, soñaba despierto con poder tocarlo: quizás por eso jugaba a que su almohada era un fueye, cuando la ponía sobre sus rodillas.





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A los diez años "la vieja" le regaló su primer bandoneón, comprado a plazos que nunca terminó de pagar porque a la cuarta cuota el vendedor desapareció y no se supo más de él. Tras un "curso acelerado" de sólo seis meses, Pichuco continuó su formación musical por su cuenta y con apenas doce años debutó en público, en un festival realizado en el cine "Petit Colón".

A los trece se incorporó a una orquesta de señoritas que actuaba en el Café Ferraro, pero sólo duró dos semanas: lo había tentado Eduardo Farripara unirse a su conjunto, y Troilo cambió definitivamente el secundario por el tango y la noche.

Según afirmó más tarde, junto a Farri empezó a definir su identidad musical, y eso le dio la posibilidad de compartir escenario con varios de los mejores tangueros de la época como Alfredo Gobbi, Juan Carlos Pugliese, Elvino Vardaro y Ciriaco Ortiz entre otros.

Como bandoneonista Troilo cultivó un estilo delicado y elegante, sin grandes virtuosismos pero pleno de buen gusto; fue un melodista irrepetible cuya marca registrada estaba en los singulares fraseos y "rezongos" que le arrancaba al instrumento.

Años después, Homero Expósito escribiría la definición más perfecta de su arte en el tango "Ese muchacho Troilo": "(.) parece un corazón latiendo en las rodillas", dijo sobre su fueye.

En 1937 armó su propia orquesta y al año siguiente llegó al disco por primera vez: los tangos "Comme il faut" y "Tinta Verde" iniciaron su larga lista de grabaciones, que concluyó en 1971 con un total de 485 temas.

También por esos días conoció a Dudui Ida Calahi, 'Zita', una mujer de origen griego con quien se casó en 1938 y lo acompañó hasta el último de sus días.
La consolidación artística definitiva de Troilo llegó en los años '40, época dorada del dos por cuatro: no sólo porque la gran demanda de actuaciones en locales bailables hizo de su orquesta un sinónimo de éxito, sino especialmente porque en ese entonces floreció la sociedad creativa con su amigo el poeta Homero Manzi.

Con "el barbeta", como lo llamaba Pichuco cariñosamente, escribieron varias de las páginas más inspiradas en la historia del género como "Sur" -uno de sus temas preferidos junto con "Responso", justamente en homenaje a Manzi-, "Barrio de tango", "Che Bandoneón" y "Discepolín".

Ya en los '50, otro de los hitos de su carrera fue el dúo -pronto convertido en cuarteto- con el guitarrista Roberto Grela, que dejó un puñado de grabaciones antológicas.

Apoyado en un oído finísimo y una intuición a toda prueba, en su faceta de director de orquesta Troilo supo siempre con qué músicos y cantores debía rodearse; y no en vano, cada uno de ellos rindió en su plenitud junto a él.

Basta mencionar que entre sus arregladores hubo artistas de la talla de Astor Piazzolla, Julián Plaza y Raúl Garello; y entre sus cantores descollaron voces como las de Francisco Fiorentino, Floreal Ruiz y Edmundo Rivero.

Para la década del '60, el tango declinó en su popularidad y el Gordo lo sintió: sus problemas de salud se hicieron cada vez más frecuentes, potenciados por una afición al whisky que jamás pudo abandonar como sí hizo con el juego.

Ya era "el bandoneón mayor de Buenos Aires" -título otorgado por Julián Centeya en 1967-, pero el cuerpo empezaba a mostrarle su resentimiento por tantos años de bohemia y noctambulismo.

"Cuando la muerte venga la voy a recibir con los brazos abiertos, como siempre recibí a mis amigos", declaró resignado, cuando ya presentía el encuentro impostergable.

Días antes de reunirse con "la parca", en compañía de Horacio Ferrer compuso la última de sus 61 obras haciéndole un guiño al destino: dedicado "A Zita de Troilo", el tema se llamó "Tu penúltimo tango".

Para Pichuco no hubo acorde final, fue apenas una fuga.



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