sábado, 16 de octubre de 2010

CRIA CUERVOS, de Jorge Garacotche

CRIA CUERVOS de Jorge Garacotche
H
ay que rendirse ante el buen gusto, hermano… ¡miren esos colores, por favor! seguro que Dios cuando hizo al mundo lo pintó de azulgrana, es la mejor combinación de colores que puede haber, loco. En La Biblia oficialista no figura, pero dicen que Noé, en el comando del arca, tenía colgado un banderín de San Lorenzo… Señaló Pablo su buzo más que entusiasmado.
- ¡No, pescado! el que vos decís es el Capitán Beto, y el banderín era de River Plate, eso está en el Evangelio según San Spinetta…- Koky le aclaró.
A todos los allí reunidos nos encantaba mostrar nuestro propio desenfado futbolero, ese fanatismo mágico que nos pone de cara a los costados más secretos que sólo soltamos dentro de una cancha. Pero debo reconocer que Pablo, el Cuervo, iba puntero e invicto en el asunto, él era un fanático de larga duración, los domingos no se podía contar con él porque iba adonde sea. Sentía que San Lorenzo era el verdadero Dios, y que todos los domingos utilizaba once apóstoles para transmitir “la palabra”.
Pablo hizo toda la primaria junto a Koky, se conocían desde primer grado, y los tres éramos ex alumnos de la escuela Francisco Herrera, esa que está en Camargo casi Acevedo, en pleno Villa Crespo, salvo que ellos dos iban de mañana y yo de tarde. Creo que conocí al Cuervo cuando estábamos en sexto grado, me lo presentó Koky en el buffet, en una kermese que se hizo en la escuela para recaudar fondos y así poder techar el patio.
Los días de la semana significaban para él nada más que un entretiempo, una tensa sucesión de horas extras por las cuales no hay a quien reclamar, entonces, para consolarse, esperaba la llegada salvadora del domingo para poder ver rodar su mundo dentro de una pelota. Ni bien terminó el secundario aprovechó su título de perito mercantil y su verborragia compradora para conseguir trabajos relacionados con las ventas o el corretaje. Tuvo un par de parejas pero nada inquietante, aun esperaba la llegada del flash, era un tipo muy pasional, quizá era lo primero que mostraba, entrador para con las minas y divertido entre tipos. Jugaba muy bien al billar, fiel oyente de Serrat, simpatizaba con la izquierda, se enamoraba de las putas del bajo y tenía la fantasía de alguna vez ser intendente de Buenos Aires y poner la ciudad bajo su influjo poético. Fumaba sin parar, esto era confirmado por las manchas de tabaco en sus dedos flacos. Su hablar era el de un porteño muy marcado, cuasi tanguero, pero invadido por ciertos tics del lenguaje de los militantes de izquierda, y se definía a sí mismo como merquero sin tapujos ni disimulos.
Pablo era considerado por todos un verdadero personaje, pero esa condición podía ser rastreada en el ámbito familiar. Su abuelo, por supuesto también cuervo, estaba rodeado de anécdotas y leyendas, tenía en su haber actos heroicos y, por ende, serios contactos con la gloria villacrespense. Sucede que el viejo fue considerado durante muchísimos años como el mejor jugador de billar de todo Villa Crespo. Al viejo le encantaba contar, sobre todo bajo pedido, su claro triunfo sobre el imbatible Navarrita, una noche de viernes santo en el club de billar de Almagro, allí sobre la calle Medrano. Navarrita representaba, y aun representa, todo un mito en ese juego, eso de “imbatible” no es para nada una exageración para un tipo de su talla, por eso lo de aquella noche quedó en la historia. Cada vez que le preguntaban al viejo cuál fue la razón de su espectacular triunfo no dudaba en reconocer que él sólo había sido un instrumento. De esa manera forzaba una segunda pregunta, y para responderla recordaba con cierta devoción:
- En determinado momento, antes de la partida con Navarrita, tuve que ir al baño, y cuando estaba por empezar a mear se me apareció el espíritu del padre Lorenzo Massa. Ahí, apoyado sobre la maquinita que vende forros, yo me quedé petrificado y sólo atiné a persignarme, pero el santo, se me arrimó y con tono canchero me dijo: “ escuchame, Cacho, acá jugás de local, esto es Almagro, viejo… andá y mostrale a ese logi que a este barrio se puede venir de visita, pero para ganar, estamos nosotros, chabón”.

Pablo cuenta que desde muy chiquito iba con Cacho cada domingo a ver a San Lorenzo a donde fuera, incluso a los siete años llegó a conocer la cancha de Rosario Central, lo cual, como se imaginarán, representó toda una aventura. Cuando Pablo recién había cumplido los once ambos fueron presos. Ocurrió un domingo a la salida de la cancha de Huracán, en un clásico. Los dos fueron acusados de desorden en la vía pública, Cacho lo recordaba siempre y lo resumía más o menos así:
- Habíamos perdido un partido infame, cuando salía de la cancha con el pibe, se me arriman un par de otarios y me lo empiezan a cargar porque tenía puesto un gorrito azulgrana, ¡pero, quemeros de mierda, en su puta vida ganaron algo y nos vienen a verduguear justo a nosotros, por qué no se van a lavar el culo! y ahí cazamos con el pibe un par de cascotes y los cagamos a piedrazos; y bueno, enseguida vino la cana y se nos complicó, cuando nos llevaba un botón para el patrullero uno de los quemeros se acercó para putearme porque le habíamos roto el vidrio del bar, ese que está al lado de la entrada de socios, innombrable, y se calentó porque yo le grité: ¡ahora con los vidrios andá a aféitate los pelos el orto, amargo…!”.
Esa condición de personaje también fue heredada por la madre de Pablo. Si bien ella era adherente a la pasión sanlorencista, no fue el fútbol su campo de acción. Toda su familia era peronista, pero ella necesitó aun más y entonces llegó a la militancia.
Estuvo en la J.P. durante los calientes ’60, en los tiempos en que se llevaba a cabo una lucha sin cuartel para traer a Perón de regreso al país. Cuando en nuestro continente se planteó la alternativa: “Revolución o Alianza para el progreso”, que cotejaba la revolución cubana con el gobierno del farsante Kennedy, Margarita supo muy bien de que lado ponerse.
Pronto comenzó a ilusionarse con la idea del regreso del Estado Benefactor, pero para poner en marcha semejante obra había que pasar a la acción, entonces pidió el pase y firmó para un comando guerrillero peronista.
Ni bien se establecieron las primeras pautas de lucha se decidió que había que presentarse en sociedad, y para eso tenían que ganarle a un grande y en calidad de visitante. Con ese fin no tuvieron mejor idea que planificar el secuestro del sable de San Martín, lo que representaba, ni más ni menos, que meterle un dedo en el culo a las fuerzas armadas.
Me contó Pablo, que una noche, al acostarse, sintió que el colchón estaba más duro que de costumbre. Llamó a Margarita asustado, pensando que algo extraño se había metido en su cama. Margarita, reasumiendo su rol de madre lo tranquilizó, se sentó en el borde de la cama y comenzó a contarle una historia de película. Le explicó lo que representaba para ellos la figura de San Martín y su relación con la de Perón, la trilogía San Martín, Rosas y Perón, el por qué del secuestro, cuáles eran las exigencias del comando, y qué tipo de expectativas tenían para el futuro inmediato. Una vez finalizada la compleja aclaración le pidió a Pablo que se levante, de un manotazo dio vuelta medio colchón, y allí, como por arte de magia, apareció el sable del Gran Capitán recostado sobre el viejo elástico de alambre tejido.
Esa misma noche, Pablo, tuvo un sueño patriótico: “se jugaba la final de la copa Libertadores de América en Chile, Colo Colo enfrentaba a San Lorenzo en el estadio Nacional de Santiago. En medio del encuentro se sucedieron feroces incidentes tanto dentro, como fuera del estadio. A raíz de semejante quilombo el partido tuvo que ser suspendido, al tiempo que los jugadores de San Lorenzo quedaban atrapados entre la policía y el público chileno que les tiraba de todo. Pablo, en ese momento, estaba en la cocina de su casa escuchando el partido por radio junto con su abuelo. De inmediato se levantó, fue a su dormitorio, tomó el sable de San Martín y se fue para allá. Cruzó Los Andes a caballo junto a su abuelo y un par de paisanos, iban a los piques y llegaron enseguida al estadio. Una vez allí empezaron a los sablazos para aquí y para allá, y tanto pelearon que por fin pudieron liberar a su equipo y recuperar los trapos. Cuando febo asomó para iluminar el histórico convento de la avenida La Plata, estaban todos de festejo por las calles de Boedo”.

Observaba con detenimiento los movimientos histriónicos de Pablo cuando éste abrió su agenda mental.
- El domingo me voy a La Plata, jugamos con Gimnasia…
- Tené cuidado, mirá que allá es jodido, los van a correr…- Koky le advirtió.
- ¿A nosotros? ¡pero por favor! no sabés la gilada que decís, hermano, le vamos a copar la cancha, nosotros somos lo más grande que hay… para corrernos a nosotros tenés que traer al ejército chino...
- ¿Grandes? ya no, vieja, se fueron a la “B”, no te dejés llevar por la amnesia. - Claudio fue categórico.
- Nos fuimos a la “B” para demostrarle a la gilada “qué es la fidelidad más allá de la esperanza”, o no se acuerdan que reventábamos cualquier cancha, boludo, que fuimos el boom del año, que le devolvimos al fútbol la pasión… ¿qué dice siempre tu viejo, Flenin? que no veía algo así desde los ’50, acá son todos unos exitistas de mierda, están todos con vos cuando andás dulce, con guita en el bolsillo, o cuando sos campeón, nosotros ya estábamos descendidos y despedimos al equipo con lágrimas de gomía de verdad, boludo, qué te pasa, y nos fuimos a casa calladitos la boca, supimos perder...
- “No tienen cancha… no tienen huevo… ustedes son gallinas las gallinas de Boedo…” Cantamos, recordándole un hit del más puro neorrealismo dominguero.
- ¿Sabés por qué no tenemos cancha, forro? porque nosotros somos el equipo que mejor representa al pueblo argentino, los pobres no tienen casa, viejo, siempre juegan de visitante. Andan de acá para allá perteneciendo a todas partes, igual que nosotros. ¿quién gobierna, hermano? una dictadura militar, y cómo querés que a nosotros nos vaya bien si somos el mejor pedazo del pueblo, por supuesto que en una época nazi nos tienen que desalojar, nos mandan a la “B”, pero sabés qué, no nos mataron, hermano, no pudieron con nosotros, la gente qué recuerda del ’82, a los milicos putos cagándose en las Malvinas y a nosotros dando la vuelta, devolviéndole a la gente la alegría, nosotros le pusimos fútbol a la muerte del proceso, boludo... esos nazis de mierda nos quisieron reventar y al tiempo mientras se iban con el culo roto nos veían por tele dar la vuelta, ahora que nos vengan a chupar la pija Videla, Masera, Galtieri, Astiz y toda esa mierda.
Pablo sacó a relucir una cínica filosofía futbolera con la cual todos estábamos de acuerdo, porque hay determinados valores que no son patrimonio de ningún club en especial.
Con respecto a todo esto creo que sucede algo casi mágico, como si la providencia hubiera enterrado, en el fondo de cada estadio, una parte de un inmenso tesoro, entonces, la premisa es, que aquel que descubra cada una de esas partes se pinte con el color de sus amores y ande por todo el mundo dando testimonio de aquel tesoro.
La charla prosiguió su marcha entre chistes de distinto calibre, muchos pensarán que no hacemos otra cosa que merodear los límites de la cursilería, pero allá ellos con su amargura.
El corte lo produjo Fabiana, la única mujer presente, quien hizo una pregunta que provocó la emoción, hasta las lágrimas, de Pablo.
- ¿Y a ustedes por qué les llaman cuervos?
- ¡Uh, loca, no le des manija que se pone a cuerviar y no me lo banco! - Koky se desesperó.
- Bueno, che, la chica no conoce una historia bellísima, dejenmé contársela.
Nosotros respondimos con varios gestos de aburrimiento, pero en el fondo queríamos escucharla otra vez. Pablo se tomó un tiempo, sacó un cigarrillo, le pidió fuego a Fabiana, cubrió el fósforo haciendo un hueco con las manos, empujó con el culo la silla hacia atrás y con histrionismo barrial contó:
- Bueno, esto se remonta a principios de siglo. En el barrio de Almagro, que por aquella época te aseguro que era un lugar alejadísimo del centro, había una parroquia de cuarta que se quedó sin cura, creo que el que estaba se retiró por cuestiones de edad y aburrimiento porque no le daban ni cinco de bola. El único tipo que se interesó por irse hasta allá para reemplazarlo fue un sacerdote recién recibido, con muy poca experiencia, pero piolísimo. El tipo, ni bien llegó, se conectó con los pocos vecinos que le dieron cabida, un par de viejas, y empezó a reformar la iglesia. Construyó una escuelita, y trasca armó un comedor, como te darás cuenta el cura era todo un socialista. La cuestión que buscando la manera de enganchar gente se le prendió la lamparita y tuvo una idea genial: construir una canchita y fundar un equipo con los pendejos de la escuela.
- ¡Ah, pero estamos ante la presencia de un maestro del marketing! - Reconoció Fabiana.
- Y, Massa la movía... el asunto fue que al poco tiempo el cura empezó a organizar partidos. El primero fue contra un colegio ingles, porque en aquella época los ingleses tenían monopolizado el fútbol argentino…
- Ah, también eso… - Dijo Fabiana con sorpresa.

- Y, fijate los nombres de los cuadros: River Plate, Boca Juniors, Ñewells, Argentinos Juniors, Racing, All Boys, Banfield… todos chupaculos de los gringos.
- Nosotros estábamos con la liberación, por eso le pusieron Independiente. - Acoté.
- Y bueno, llegó el día del partido, pero un rato antes del comienzo, después de toda la movida que habían hecho, había que curtir una ceremonia con entrega de banderines y esas pelotudeces, pero al final se suspendió porque el equipo del cura no tenía nombre.
- ¿y eso qué tiene que ver? – Preguntó Fabiana casi afiliada al cuervismo.
- El reglamento prohibía enfrentarse con un equipo anónimo y entonces el equipo de los gringos se retiró de la cancha. Al toque, y con toda la bronca, el cura juntó a todos los pibes y decidieron resolverlo entre todos y en la escuela, una asamblea popular.
- Como buenos socialistas…
- Y, somos así... bueno, estaban todos los pendejos en el aula discutiendo cuando de golpe viene alguien a buscar al padre, los pibes siguieron, imaginate la manija que tenían, y en medio del griterío fue uno de ellos hasta el pizarrón y escribió: “San Lorenzo”, porque el cura se llamaba Lorenzo Massa, y a esa altura en el barrio era considerado casi un santo. Pero enseguida trató de borrarlo porque vio que el padre se venía para el aula, y en el apuro borró, pero mal. El cura llega, retoma el debate, pero escucha tantos nombres y en medio de tal quilombo que propone ir tomando nota para después poder elegir. Cuando se da vuelta para empezar a escribir la lista en el pizarrón lee “San Lorenzo”, y al chabón le da un ataque, imaginate, loco, ni el cielo le había dado una alegría igual, no vas a comparar a la Iglesia con el afecto de los pibes, hermano. Después de tanto laburo, de tanto sacrificio por amor a esos pibes, resulta que los pendejos lo santifican en vida, increíble. Y así, el cura Lorenzo fue lentamente ascendiendo a los cielos montado sobre una pelota… mientras los angelitos le cantaban: “San Loré… San Loré…”.
- ¡Andá a cagar…!
- ¿No van a negar que el cuervo es un poeta…? - Fabi estaba fascinada.
- ¡Es un pesado, loca! ¿no ves que es inbancable? - El turco lo expresó con desdén.
- ¿Y por qué sos de San Lorenzo? ¿te hizo cuervo tu viejo? - Fabi lo tenía en la mira.
- ¡Pero, loca! ¿vos lo hacés a propósito? ¡pará de darle máquina! ¿no ves que este chabón no la corta más…? - El turco se desesperó.
- No, Fabi, yo no conocí a mi viejo, es más: no se sabe quién es. Cuando a mi vieja la inflaron todos los candidatos que sonaban se borraron, así que mi viejo, deduzco, debe haber sido gallina…
- Y vos, Flenin, ¿por qué sos de Independiente? - Fabiana decidió ahondar el tema.
- Bueno, yo no tuve posibilidad de elección, cuando nací lo primero que se me ocurrió fue mirarme, me vi todo manchado de sangre y dije: “ésta es la mía”.
- ¿Y vos, Koky?
- No, lo mío fue una decisión colectiva, el barrio me hizo de Atlanta…
- Y vos, turco, ¿por qué sos hincha de Boca?
- Porque nací para ser feliz…
- ¡Bueh, estos bolivianos… siempre bardeando!
- ¡... son todos negros putos de Bolivia y Paraguay...! – Cantamos a coro.
Y allí tomé la palabra.
- Yo, de chiquito, flasheaba con el fútbol. Mi viejo me llevaba a la cancha casi todos los domingos, solamente no íbamos a Rosario o a Santa Fe, pero después a todos lados. Para mí era algo mágico, sobre todo por la onda de las hinchadas, los cantitos, cuando el referí pedía un minuto de silencio y se escuchaba de todos los costados ¡viva Perón! y lo miraba a mi viejo y se le humedecían los ojos, o las barras cantaban la marcha peronista mientras la policía iba para ahí y amenazaba con gasearlos. Y si nos quedábamos en casa y lo escuchábamos por radio nos hacíamos toda la película, porque el relator te lleva por donde él quiere, uno logra ver eso que el tipo te está contando… me acuerdo esas tardes de invierno en donde por ahí nos tocaba jugar en Rosario y yo pensaba: “ pobre Independiente, con este frío tener que jugar tan lejos, y encima estos hijos de puta que allá se hacen los guapos, después cuando vienen acá se meten todos adentro del arco… pero ¡qué bárbaro ser relator de fútbol, loco! ¿sabrán esos tipos el poder hipnótico que tienen? o los que comentan, esos que que te dibujan la jugada y es como si la vieras en la pared de la cocina, o que te explican qué pasó en el partido, el por qué del resultado, y vos lo usás como argumento para discutir en el bar o en el colegio, pero no decís que lo escuchaste en la radio, te hacés el capo, como que todo eso es tuyo. ¿Se imaginarán que por noventa minutos son los titiriteros de nuestros sentimientos? además, conocí esa sensación ciclotímica que te da tu equipo, que sé yo, por ahí ganábamos y salía de la cancha hablando a los gritos, repitiendo veinte veces las jugadas de gol con todos los gestos de cómo la paró, cómo la bajó, la manera en que le pegó, y todas las explicaciones habidas y por haber, pero siempre desde la euforia. Pero cuando perdíamos representábamos el monumento a la depresión, caminando en el más absoluto silencio hasta la parada del bondi, subir y no hablar ni una palabra en todo el viaje, llegar a casa y no querer tocar el tema por nada del mundo. A veces hasta comíamos sin ganas porque la derrota dolía más que el apetito. Una cosa que de pendejo me sorprendía muchísimo era eso de recibir al equipo con papelitos…
- Eso es algo espectacular, me acuerdo cuando un relator de radio no quería que tiren papeles en la cancha en el mundial ’78…
- ¿Vos hablás del gordo Muñoz? flor de botón, ese turro relataba para los milicos… ¿te acordás? ¿y cuando por eso de los papelitos tuvo un cruce con Clemente? que en la tira de Clarín le daba con un caño… y al final Muñoz perdió como en la guerra, ese debe haber sido el primer traspié del proceso…
- Sí, todo muy bonito, pero a mí me da miedo el asunto de la violencia… ¿a vos te pasó algo jodido en alguna cancha, Cuervo…? - Preguntó Fabiana.
- Sí, un toco de veces… es que de pendejo me gustaba ir con la barra brava a boxearme, a chorear trapos…
- ¿Qué son trapos?
- Las banderas.

- ¿Y te lastimaron alguna vez, Cuervo?
- Varias. Por ejemplo: una vez, los colegas de tu marido, los amargos de Avellaneda, nos corrieron ahí por las vías, esas que están atrás de la cancha… nos mandamos la cagada de separarnos a la salida, y yo quedé con unos quince pibes más, ahí, por la zona de los puentes. Y bueno, nos alcanzaron y nos mataron, ellos eran una banda.
- ¿Pero no se pudieron defender?
- Mirá… primero los cagamos a piedrazos, imaginate que estábamos sobre las vías, así que teníamos piedras para rato, pero ellos eran muchos y nos rodearon… un poco les hicimos el aguante pero al final nos dieron como en bolsa. Esos negros son salvajes, loco, te pegan con unas ganas bárbaras… además era terrible porque yo embocaba a uno, y siete me embocaban a mí. Para colmo cuando caigo en una zanja hecho concha, uno de los negros se vuelve, me afana la campera y la guita… me pega una patada en el culo, que me desvirgó, y me dice: “bancatelá, cuervo” y se va cagándose de risa. A la noche, al llegar a mi casa, a mi vieja le tuve que mostrar el D. N. I. para que me reconozca, tenía toda la cara abollada…
- Pero boludo, tendrías que haber ido a la sociedad protectora de animales… - Dije solidarizándome.
- ¡A la división aves y afines!. - Gritó el turco en medio de una carcajada.
- ¡Che, qué malos que son! - Fabiana no nos comprendía.
- Hubieras remontado vuelo, cuervo puto…- Dijo Claudio mientras simulaba aletear.
- ¿Por qué no se van todos a la concha de su madre?- El Cuervo se paranoiqueó.
En medio del diálogo me puse a observar la cara de Fabiana, y en ella, estaba resumida toda su sorpresa frente a las escenas de un mundo en donde, la frontera que separa la rivalidad del odio, está bastante desdibujada. Todos tratábamos de explicarle que los tipos, muchas veces, nos dejamos contaminar por las peores substancias que compramos por ahí. Atravesamos ciclos en donde nuestro amor está algo arruinado, pero en vez de entrar a nuestra cámara y poner un parche, se nos da por salir y lanzar una cacería despiadada contra nuestros semejantes, contra tipos que son iguales que nosotros pero que responden a otros colores. Y lo más triste es que todo esto lo hacemos bajo la atenta mirada de la policía, que se frota las manos, sonríe, y se ilusiona.
De pronto Fabiana me regaló una mirada maternal, como para calmar fieras, y con tono de preocupación preguntó:
- ¿Y a vos, pichón, te lastimaron alguna vez en una cancha?
- Y, tuve mis historias, pero pasa que yo iba con otra onda, me enganchaba con otras cosas, con saltar, cantar, armar bardo, inventar cantitos…
- ¿No me digas?, ¿y cómo los armabas?
- Bueno, eso se arma durante la semana, de acuerdo al equipo contrario y sus historias… el asunto es pegar en donde duele, lo corrés a cada uno para su lado. Que sé yo: a River con que son gallinas; a estos cuervos, que no tienen cancha, que son de la “B”; a los bosteros, que son todos negros putos; a Racing, que en su puta vida van a ser campeones, y así le vas encontrando la vuelta a cada uno…
- En ese sentido hay que reconocer que la hinchada de San Lorenzo es la más creativa, ustedes son un fenómeno, la de Boca también tiene lo suyo, la de Racing, bueno, tiene una amargura terrible, son bastante obvios. - Acotó Koky.
- ¿Y qué querés, hermano? si esos viven cantando la marcha fúnebre…- Les recordé.
- ¿Sabés cuál es el fuerte nuestro? cuando la otra barra nos canta algo y le tenemos que contestar... en esa no nos toca el culo nadie, para payar los cuervos somos lo más...
- Perdoname pero la 12 es grossa...
- No digas boludeces, hermano, si a ustedes le sacan el sikus y se le terminan las canciones bolivianas...
- No me quiero imaginar lo que habrás sentido el día que se fueron al descenso… Fabiana apuñaló a Pablo trayéndole a la memoria sus peores días.
El Cuervo encendió otro cigarrillo, pitó bajando los párpados, saboreando, su cara se iluminó por la brasa, y desnudó el dramatismo que vimos en sus ojos vidriosos.
- No me hagas acordar… fue lo más duro que me pasó en la vida… ¡qué te puedo decir! fue como si en la tribuna nos hubiéramos quedado todos dormidos y soñando la misma pesadilla, y después, al final del partido, la hubiéramos cortado en pedacitos para que cada uno se lleve un poco para su casa y guardarla ahí… ¡qué manera de llorar, loco!
- Pero, ¿tan terrible es irse al descenso? - Fabiana desconocía tal tragedia.
- Y, para nosotros significó una herida muy grande… cuando terminó el partido nos pusimos a saltar y a cantar como locos, estábamos todos de la cabeza, yo estaba raro, nunca había sentido tanta tristeza junta, pero tenía una vena que gritaba sacado, parecía un entierro de negros, ¿vieron que ahí despiden al muerto con música y baile por todas las alegrías que el difunto dio en vida? bueno, acá pasó algo parecido, viejo, fue emocionante, le cantábamos que lo íbamos a seguir a todas partes, le prometimos que nos juntaríamos más que nunca, que íbamos a ir en caravana, como sea y adonde sea ¡pero claro, chabón! ¿cómo lo íbamos a dejar solo en una parada así? eso no es de tipo gamba, en Boedo hay otro código, loco. La cuestión que esa tarde volví al barrio tan ronco como si hubiéramos dado la vuelta, ¿o solamente hay que gritar cuando se gana, viejo? salí de la cancha sabiendo que venían épocas muy duras, me imaginé a todos estos hijos de puta verdugueándome todo el santo día. En un momento miré al cielo y pensé, está bien, por ahí es Dios que nos pone a prueba. Ya habíamos perdido el Gasómetro, estábamos fundidos, nos habían condenado a jugar de prestado, y ahora, de remate, estábamos en la “B“, fue cosa de atar una desgracia tras otra. Pero de golpe levanté la vista y le dije: “está bien, ya vas a ver, vamos a jugar de visitante allá en el cielo, y te vamos a romper el culo, y bien roto, vos en vez de un paraíso debés tener una “quema”, y con un globito en el frente, pedazo de botón…”.
- ¿Y qué hiciste después del partido?
- Mirá, me acuerdo que llegué a casa partido al medio, me golpeaba el pecho para despertarme de la pesadilla, ¿viste cuando estás soñando algo horrible y te querés despertar? bueno, algo así, me encerré en mi pieza y le grité a mi vieja que no quería ver a nadie, por supuesto que esa noche no pude comer un carajo, y al final terminé guardado por una semana.
- Pero, ¿cómo, vos laburabas en esa época?
- Sí, claro… y por eso me rajaron a la mierda. Llamaron a casa, pero mi vieja, pobre, no supo cómo engrupirlos; al otro día llamaron de nuevo y se pudrió todo. Era una empresa de venta de artículos para fotógrafos, era un buen rebusque, una buena moneda, le avisaron al trompa que había descendido San Lorenzo y que seguramente yo estaría muy mal, pero le chupó un huevo…
- Bueno, pero vos también…
- ¿Pero, loca, qué otra cosa se puede hacer en un caso así? si el trompa era un bostero barato que seguro que me iba a gastar toda la semana, ¿y vos te creés que me la iba a bancar? no, lo tenés que embocar, de una, me cago en que es el trompa, loco, ¡aguante San Lorenzo, la concha de tu madre! si salía a la calle al primer salame que venía a verduguearme le rompía la boca, así que me guardé y chau, si estaba rabioso ¿qué querés, que encima vaya en cana por homicidio? pero tuvimos revancha, por suerte, y al final terminamos haciendo historia, llenábamos cualquier cancha, nos iban a ver familias enteras, montábamos una fiesta cada sábado, sabés lo que era la banda, merca, faso, fiesta, salíamos en caravana y entonces la fecha que se jugaba el domingo parecía de la “C”… no se acuerdan que un sábado jugamos con Tigre en la cancha de River y vendimos un tocazo de entradas, al otro día jugaron Boca y River y en el gallinero y vendieron menos entradas que nosotros, impresionante, se tuvieron que meter el superclásico bien en el orto, y así seguimos hasta que salimos campeones, como no podía ser de otra manera. En el 83` de vuelta en primera, y otro festival, y vos sabés que casi salimos campeones de nuevo, lástima que sobre el final nos cagaron estos rojos putos que pusieron guita… que si no…
- Ah, bueno, tuvimos que hacerles sentir el rigor. Mirá, cuervo, es simple: para ser campeón, en primera, se necesita ser grande de verdad, y no un piojo resucitado…
- Una cosa que me llama poderosamente la atención es la fidelidad de la gente, que sé yo, supongo que cada uno de ustedes siempre fue hincha del mismo equipo, ¿no?

- Mirá, Fabi, - Tomé la posta.- en la vida uno puede cambiar de mujer, de barrio, de nacionalidad, de religión, de partido político, de profesión, de vocación, de todo lo que quieras, menos de equipo de fútbol, porque entonces se estaría frente a una crisis de identidad total y sin retorno. Si a alguien le pasara algo así podríamos decir que el destino se ortivó con él…
- ¡Eh! ¿no te parece un poco exagerado lo tuyo, Flenin?
- Para nada, loca, yo tengo muy en claro que en la vida hay tres pilares claves, la Santísima Trinidad de posta: las minas, la música, y el fútbol, el resto es prescindible, carece de importancia… porque son nada más que objetos puesto ahí para idiotizar a la gilada mientras no es feliz.
- ¿La lista es en ese orden? - Fabiana preguntó tímidamente.
- ¡No me vengas con chicanas feministas…! o sea, si un tipo logra conectarse con esas tres cosas ya está, es porque a la vida ese tipo le cabió, y entonces de ahí en más sólo le queda el disfrute…
- La verdad que tu trilogía es bastante original… ¿y cuál sería para vos el hilo conductor?
- Las tres comparten una condición que para mí es esencial: son inexplicables. Decime una cosa: ¿de que sirve tratar de explicarse lo realmente importante? ahora, cuando te faltan esas tres cosas sí estás jodido, entonces te ponés a medir el tamaño del universo, tratás de desenterrar el eslabón perdido, estudiás la historia del capital o te buscás un aleph en un rincón del orto... todo eso es pan y circo...
- Bueno, ahora vos te corriste del fútbol a la filosofía, ¿o no?
- No, todo esto está parado en el mismo lugar.
Quizá el fútbol sea nada más que una mezcla milagrosa de sabiondos y suicidas aprendiendo la filosofía de no pensar más en uno mismo, ¿no es cierto, maestro Discépolo? uno vive, atraviesa este tipo de situaciones, sin ser consciente de que es una especie de corresponsal de guerra de un mundo plagado de conflictos barriales, en donde se cumple con aquella ley física que dice: “a la fuerza que alguien ejerce en un sentido se le opone otra fuerza igual, pero de sentido contrario, y con distinta camiseta, por supuesto”.


Las anécdotas futboleras se sucedían unas a otras, mechábamos historias románticas con verdaderas batallas campales, recordando aquella vieja época en la que le tocábamos el timbre a la muerte y salíamos rajando hasta el próximo domingo. Quizá lo único que hayamos hecho fue cumplir, al pie de la letra, con eso que siempre nos decía el gallego del bar de la esquina de Corrientes y Dorrego, mientras arriesgaba todo empapándose en ginebra: “sí, ya sé que todos viajamos hacia la muerte, es una ley de la vida, pero a la cola, despacito, y sin empujar”.

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